A la salud de las vivas.
Lecturas, películas y alguna canción para el duelo
El Fanzine de La Fabulosa Nº 4. Noviembre 2024. Autora invitada: Raquel Casas
«Leer un libro sobre la muerte es parte de un ritual de sanación, no importa cuándo se lea, si antes o después de que esta ocurra, porque una característica medular de los rituales es que son un espacio de emociones compartidas»
Es lícito cuestionar aquello tan grandilocuente de que “la literatura salva vidas”. Asimismo, podemos poner entre interrogantes que siquiera “las cambie”. Lo que parece indudable, para quienes recurrimos a los libros en busca de respuestas, (aunque luego salgamos con más preguntas), es la compañía, incluso consuelo, que podemos encontrar en ellos. Y eso es lo que necesitamos cuando estamos atravesando un duelo. En este número del fanzine nos sumergimos en los libros que rondan la muerte, nos preparan, nos acompañan, nos permiten soltar.
1. Vaciar una casa
La cita con la que empieza este fanzine de noviembre es de Dios fulmine a la que escriba sobre mí de Aura García-Junco (Ed. Sexto Piso, 2024). En este libro la autora mexicana aborda desde una perspectiva literaria esa tarea tan ardua como familiar, para aquellas que hemos perdido a un ser cercano, de vaciar una casa. La casa de un padre ausente, un intelectual de prestigio, un machista; un “hombre de su tiempo” al que la autora revisa como hija y como mujer con unas preocupaciones y una conciencia propias situadas en las antípodas de las de él. ¿Es posible reconciliarse con un padre así?, parece preguntarnos García-Junco. Este libro tiene la respuesta.
Quien también debe vaciar la casa del padre es Gabriel Smith en Brat (Ed. Chai Editora, 2024). Este vaciado, a diferencia del de García-Junco, no se afronta de forma inmediata. Mientras que García-Junco se pone a ello, no solo porque tiene una fecha límite para entregar el departamento, sino como forma de zarandear los demonios y aclarar quién era su padre, Gabriel, aun teniendo esa fecha límite también por exigencia de su hermano para poner la casa en venta, se paraliza en la incredulidad y los barbitúricos. No es procrastinación, es abordaje del duelo desde otro lugar.
Otra casa que se vacía, también del padre muerto, es La casa de la novela gráfica de Paco Roca (Astiberri, 2015). En esta ocasión aborda el despeje de ese contenedor infinito de recuerdos que es la casa familiar al mismo tiempo que descubre en su padre al hombre que no llegó a conocer. Este cómic ha sido llevado al cine en 2024 por Álex Montoya.
2. ¿Y cómo sigo con mi vida tras una muerte?
Amy Fusselman encuentra un refugio a la ausencia de su padre en la maternidad. Siente que la vida le debe algo, una compensación por la pérdida de ese hombre amable y generoso que le enseñó la importancia de las acciones cotidianas: «Todos los días, me dijo, dejas tu registro». Así Fusselman, continuando la enseñanza del padre, deja en Ocho (Chai editora, 2024) ese registro ambivalente, en el que alterna la devastación por la muerte y la alegría por dar vida. Un libro fragmentario con muchas capas en el construye un relato con una voz tan original como sensible.
Annie Ernaux también encuentra en la escritura un refugio para lidiar con el duelo tras la muerte de su madre. En Una mujer (Cabaret Voltaire, 2020), Ernaux (re)crea a su madre. Desde la distancia que da el que ella esté muerta, conjuga la especulación (imposible formular ya a la madre preguntas) y la memoria repleta de recuerdos en los que también hay ambivalencia: la madre de la que ella huyó no sólo físicamente, poniendo kilómetros de distancia por medio, sino también en ese ascensor social al que Ernaux subió al convertirse en una escritora de éxito. Ese cordón umbilical tan difícil de romper en el vínculo madre-hija se ve reforzado al final de su vida por el apego cuando la madre, enferma, decae dependiente. Y todo ello narrado con ese estilo Ernauxiano tan peculiar (La escritura como un cuchillo, -Cabaret Voltaire,2023- es el gráfico título de otro de los libros de Ernaux) por la que ha sido reconocida, no sólo por una legión de fans incondicionales de su obra, sino también institucionales (el más sonado, el Premio Nobel en 2022).
Otra autora que también escribe “con cuchillos”, a los que suma una mirada periodística, es la estadounidense Joan Didion, quien aborda en dos de sus títulos más emblemáticos la doble pérdida de su marido y su hija. En El año del pensamiento mágico (Literatura Random House, 2019), donde aborda la muerte repentina, inésperada, traumática incluso, de su marido, aparece esa cita que suele encabezar cualquier post/columna/tertulia sobre el duelo que se precie: «La vida cambia deprisa. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba». El pensamiento mágico hace referencia a la resistencia de Didion a deshacerse de sus zapatos porque si él vuelve, si resucita, si se reencarna, los necesitará para caminar…
Ese pensamiento, que algunos calificarían cuasi supersticioso, no aparece en su segundo libro sobre el duelo, Noches azules (Literatura Random House, 2020), en el que aborda la muerte previsible, esperada, tan diferente a la del marido, de su hija adoptiva. La autora explica así el por qué de este título: «En la época en que lo empecé a escribir sorprendí a mi mente volviéndose cada vez más hacia la enfermedad, hacia la muerte de las promesas, el acortamiento de los días, lo inevitable del apagamiento, la muerte de la luz. Las noches azules son lo contrario de la muerte de la luz, pero al mismo tiempo son su premonición.
En ese salto al vacío que es escribir sobre los muertos ajustando cuentas y echando los restos con todo el buen saber y el quehacer literario, hay una autora que brilla con luz propia: la argentina María Negroni. El corazón del daño (Literatura Random House, 2023) es un artefacto literario del que es difícil hablar cuando el espacio es reducido, por ello lo mejor es recurrir a esas personas que ya lo han hecho de forma tan certera. En este fanzine nos quedamos con dos. La primera, Carolina Esses, que dijo en su crítica para el diario argentino La Nación: «Como Marguerite Duras a lo largo de su obra, como Vuong, Negroni indaga en la figura de su madre. Lo hace a través de oraciones que funcionan como párrafos brevísimos -cada oración un párrafo-, verdaderos latigazos del lenguaje». La segunda, la periodista, poeta y escritora Esther Peñas que definió este libro como «Réquiem y aleluya». La ambivalencia otra vez, el amor, el horror.
3. ¿Cómo aceptar lo que no se puede entender?
Si hay dos autoras que han volcado en su literatura el drama de su vida han sido Piedad Bonnett y Chantal Maillard. A ambas les une la tragedia del suicidio de un hijo que compartía nombre: Daniel; mes de fallecimiento: abril; y modus operandi: lanzarse al vacío desde un edificio.
Piedad Bonnett llama a su drama: Lo que no tiene nombre en una novela homónima (Alfaguara, 2013) en la que narra cómo recibe la noticia de la muerte de su hijo y debe hacer como puede una maleta, subirse a un avión y recorrer miles de kilómetros para identificar su cadáver.
Chantal Maillard, que ha trabajado en toda su obra tanto el dolor en sentido amplio (entre otras vicisitudes vitales también sufrió un cáncer y la muerte de su madre) como el duelo, desde la dignidad, afirma que ante algo así «no se trata de compadecer sino de respetar». Destacamos aquí, entre su amplia y redonda bibliografía, su Poesía completa (1988-2022) (Tusquets, 2024).
Ambas se unieron en un poemario hermoso, que quiebra al mismo tiempo que ilumina, y que se titula Daniel (Vaso roto ediciones, 2020). Ambas autoras alternan sus “voces en duelo” en poemas que elevan el vuelo sin perder de vista el suelo, posibilitando que incluso aquellas personas poco habituadas a leer poesía o con un respeto reverencial hacia este género aprehendan los versos de frente, sin miedo.
«Yo llevo de la mano a un muerto», -dice Maillard, «cuando percibo el arañazo gélido de sus uñas en la palma de mi mano respiro hondo para ahuyentar la nostalgia que le acompaña».
Y Bonnett responde:
«Pido al dolor que persevere.
que no se rinda al tiempo, que se incruste
como una larva eterna en mi costado
para que de su mano cada día
con tus ojos intactos resucites,
con tu luz y tu pena resucites
dentro de mí»
4. Diarios de duelo: el día a día
Arropar a la persona doliente en el velatorio o en el hospital cuando está acompañando a quien se muere es importante. Pero una vez que pasa todo, la vida sigue: quien acompañó regresa a sus ineludibles rutinas y el doliente queda a solas con su dolor. ¿Y cómo seguir con ese dolor?
Al día siguiente de morir su madre, Roland Barthes comienza a escribir un Diario de duelo (Ediciones Paidós, 2021). 330 entradas desde el 26 de octubre de 1977 hasta el 15 de septiembre de 1979 de extensión sumamente breve (condensar en algo tan pequeño un dolor tan grande es uno de los grandes méritos de este libro). Barthes no lo escribió para que fuese publicado, pues permaneció inédito hasta años después de fallecer el autor, pero en él se refleja no solo el dolor sino también ese paso a paso que se sigue cuando se pierde a alguien que ha conformado la identidad de una persona, y cómo ese miedo eterno a perderla, ahora se ha convertido en realidad, lo peor que podía pasar ha pasado: «28 de mayo de 1978. La verdad del duelo es muy simple: ahora que mamá está muerta, estoy abocado a la muerte (nada me separa de ella sino el tiempo)».
Esta estructura del diario también es la que adopta otro escritor francés, Christian Bobin en Autorretrato con radiador (Árdora ediciones, 2006) pero mucho tiempo después, en 1996 y con una muerta distinta: una amiga. Y aquí, a diferencia de Barthes, lo que predomina es la luz como asidero. Bobin busca la belleza como única forma de sobrevivir: «A la pregunta siempre embarazosa: ¿qué estás escribiendo ahora?, respondo que escribo sobre flores». Y son esas flores que compra, que le regalan o que coge del campo, las que observa con un lenguaje poético, hermoso y sensible, para sobrellevar la ausencia de la que fuera su amiga.
Distinto de los diarios anteriores, no sólo por su contemporaneidad sino también porque en él aparecen temas como los cuidados, la conciencia de clase y la perspectiva social, es Ritual de duelo (Consonni, 2022) de Isabel de Naverán. En él vemos ese transcurrir de los días con una toma de conciencia de la ausencia, de la cualidad de doliente de la hija, de palpar el duelo, el dolor, el el cuerpo atravesado, el todo y la nada.
5. Teoricemos sobre la muerte
Quizás quien este leyendo este fanzine haya escuchado alguna vez decir que antes la muerte estaba perfectamente integrada en la vida. Era habitual que alguien tuviese un hermano o hermana muerto a la más tierna edad, o un hijo o hija fallecido nada más nacer, o un padre o madre muertos antes de tiempo. Y sabrá que, sin embargo, en nuestra sociedad actual, la muerte se ignora, sobre todo si esta va acompañada de cuidados extenuantes, agonías, procesos degenerativos, suciedad. Sabemos que existen, por supuesto, pero son invisibles. Solo parecemos prestarle atención en Halloween o el día 1 de noviembre, e incluso ahí, se disfraza de jolgorio, sorna o, por el contrario, de pánico atroz (¿hay algún miedo más extendido que el de los fantasmas?). Podríamos preguntarnos entonces, para tomar algo de distancia: ¿la muerte siempre se ha vivido así?
«La actitud ante la muerte puede parecer casi inmóvil a través de períodos muy largos de tiempo. Se nos muestra como acrónica. Y, sin embargo, en ciertos momentos hay cambios que intervienen, la mayoría de las veces lentos (…) hoy en día más rápidos y más conscientes». Quien habla así es Philippe Ariès en su ensayo Historia de la muerte en Occidente. Desde la Edad Media hasta nuestros días (Acantilado, 2005) en el que desde una perspectiva historicista, etnológica y antropológica hace un recorrido del cambio gradual de la muerte, vista como algo familiar y “domesticado” del mundo medieval a otra concepción mas moderna, maldita, y de la que se pretende huir.
Si Ariès plantea un retrato de cómo las sociedades occidentales actuales abordan la muerte podríamos preguntarnos: ¿tiene esta forma alguna consecuencia? Es a esa pregunta a la que la filósofa Ana Carrasco-Conde intenta dar respuesta en su ensayo La muerte en común (Galaxia Gutenberg, 2024).
Puede suceder que, en ese tratamiento teórico sobre la muerte, echemos de menos algo más y que necesitemos que las grietas del ensayo se ensanchen tanto como para caber entre ellas. Al fin y al cabo, nadie puede hacer el duelo por nosotras, nadie puede crear un «plus de existencia» para nuestras muertas si no lo hacemos sus supervivientes. «Los muertos solo están muertos si los enterramos. Si no trabajan por nosotros, terminan diferentemente aquello para lo que estaban hechos. Debemos acompañarlos y ayudarlos a acompañarnos, en un vaivén dinámico, cálido y encandilante».
Ese es el punto de partida de Vinciane Despret en un ensayo fundamental a día de hoy: A la salud de los muertos (La oveja roja, 2022). Es tal la belleza de este libro que desde aquí nos atrevemos a decir que cualquier club de lectura o punto de apoyo literario sobre el duelo debe tener como punto de partida esta obra. Los muertos tienen «maneras de ser», defiende, rompiendo así con esa prescripción que Desprente define como occidental y reciente de que «”hacer el trabajo del duelo” supone que el superviviente deshabite progresivamente su objeto de amor hasta poder sustituirlo por uno nuevo». Matar al muerto. Que los «left behind» se olviden de ellos en lugar de darles una plus de existencia. «Si no los cuidamos, los muertos mueren totalmente».
Pero si hay un algo unido indisolublemente a la muerte, a los muertos, es cómo les recordamos. Qué dirán de nosotras cuando hayamos muerto. ¿Nos llorarán? ¿Habrán percibido nuestra presencia como insustituible? ¿Cómo nos definirán? ¿Recordarán que nos gustaba, qué nos sacaba de quicio, qué nos apasionaba? Si alguien les preguntase por nosotras, ¿qué les diríamos? Normalmente en los funerales son las personas más cercanas quienes dicen unas palabras para honrar a los muertos. Pero también hay personas que se dedican profesionalmente a ello. Personas como Delphine Horvilleur, una de las primeras rabinas de Francia que en Vivir con nuestros muertos (Libros del Asteroide, 2022) narra su experiencia consolando a los «left behind» reconstruyendo para ellos un relato de vida de quienes se fueron para que les acompañe siempre.
6. Atravesar el duelo con peli, sofá y manta
Lo audiovisual también consuela. Si una de las imágenes típicas en la vivencia del desamor es apoltronarse en un sofá, ver pelis románticas y atiborrarse a helado, en el duelo ese vacío también puede rellenarse con pelis que pueden conectarnos con ese dolor o consolarnos en nuestra tristeza. La casa, (Movistar +) basada en el cómic de Paco Roca, ya la hemos comentado antes.
Podemos vaciar una casa, pero también podemos abrir las cajas, no para tirarlas sino para reconstruir con lo que hay dentro una vida. Eso es lo que hace Mona Achache en Little girl blue (2023. Filmin) donde contrata a nada más y nada menos que a Marion Cotillard para que ponga voz y cuerpo a su madre. En ese reconstruir la vida de su madre, cose las heridas de las mujeres de su familia, un matriarcado marcado por los abusos y los silencios: su abuela, Monique Lange, sufrió una violación grupal en los San Fermines en los `60 (esa historia la hemos oído antes, ¿verdad?); su madre, Carole Achache, sufrió los abusos del reputado escritor Jean Genet con la aquiescencia de Lange; y ella misma fue violada por el amante de su abuelo que era ni más ni menos que Juan Goytisolo (sí, el que pone nombre a la plaza donde está el Museo Reina Sofía). Reconstruir la historia de su madre supone también romper la maldición de los abusos en las mujeres de su familia, asumida hasta entonces como si fuera “un rito de iniciación”.
Mona Achache abre cajas para reconstruir la historia de su madre y Charlotte Wells visiona cintas de vídeo en Aftersun (2022. Movistar +) para reconstruir la de su padre. Unas vacaciones de verano en el Torremolinos de Turquía, al más puro estilo “guiri” de los ´90, es el recuerdo al que se agarra la directora para homenajear a su padre y tomar conciencia del estado depresivo que él atravesaba, y que intentaba ocultarle, dándole así un «plus de existencia» al más puro estilo Vinciane Despret que comentábamos antes.
Pero el duelo no es solo enfrentar la muerte de cara. También supone una espera. A veces esa espera requiere un período de adaptación. Un asimilar. Un hacerse a la idea de que esa persona ya no está y poder así hablar de ello. Una película en la que es ínterin se percibe con claridad es la que lleva precisamente ese título, La espera (Piero Messina, 2015. Prime Vídeo). En ella una críptica Juliette Binoche interpreta a una madre que recibe la visita de la novia de su hijo. No contamos más porque no queremos hacer spoilers, pero baste decir que es una película sobre el shock en estado puro, el duelo indefinible, el tiempo muerto que nos lleva a comportarnos a los “left behind” de forma que, desde fuera, puede parecer irracional.
Otra visión de esa “espera”, en este caso ante la muerte de un padre en cuidados paliativos, es la de Las tres hijas (Azazel Jacobs, 2023. Netflix), con un reparto que es una bestialidad: Carrie Coon, Natasha Lyonne y Elizabeth Olsen (si no os suena sus nombres, googleadlas, seguro que las conocéis). En ella tres hermanas dejan en paréntesis su cotidianidad y su distanciamiento para juntarse en la casa paterna a la espera de que su padre muera. No sólo reflota ahí la memoria familiar sino también la forma de afrontar la ausencia de esa persona que había sido bisagra entre ellas.
Y terminamos nuestra selección con una obra que ya podríamos considerar un clásico, sobre todo porque aquí sentimos debilidad por Juliette Binoche y no incluir esta obra, una de sus genialidades interpretativas más destacables, nos parecería imperdonable. Hablamos de Tres colores: Azul , (Krzysztof Kièslowski, 1993. Movistar +) en la que Binoche interpreta a una mujer que pierde a su marido, un prestigioso director de orquesta, y a su hija en un accidente de tráfico. Esa pérdida, que remueve el suelo por el que pisa, la aborda empezando de cero, desde el anonimato y sin los privilegios de los que gozaba en su vida anterior, cuando supuestamente era feliz y todo era perfecto. Los tonos azules casi negros, los planos, los silencios, el vestuario y los decorados, transmiten el dolor que esa mujer atraviesa. Pero el azul también, a pesar de ser un color básico frío, puede adquirir tonalidades cálidas.
7. Un poco de música, por favor
«Cuando estás alegre, disfrutas de la música; cuando estás triste, entiendes la letra» /Frank Ocean/
Residente escribiendo una canción para su amiga fallecida.
Ravel componiendo una melodía tristísima que, aunque está dedicada a “una princesa muerta” que nunca existió, pues él solo puso ese título por su sonoridad, resulta ser una composición que impregna como una tormenta y vuela como la nostalgia.
El álbum Ghosteen que Nick Cave dedica a la muerta de su hijo adolescente.
Y Rocío Jurado, echando de menos a su madre.
Nos quedamos solitos, el lamento flamenco de Rosalía.
It’s quiet uptown, el número del musical Hamilton, en el que los protagonistas tienen que aceptar la muerte de su hijo.
Poco se puede decir aquí que no digan ellas ya.
A mí no me importa
A mí no me importa
que alguien me llore
cuando me llegue la muerte.
Lo que necesito
es que alguien me ría
mientras me llega la vida.
/Gloria Fuertes/